Toda la obra de
Chantal Michel (Berna, 1968) emana una inexplicable sensación de desasosiego.
La artista explora su relación con el entorno convirtiéndose en un elemento más
de sus composiciones. En el caos de una habitación saturada de objetos, Michel
aparece agachada sobre una mesa con un
jarrón, con unos zapatos blancos de tacón y el pelo despeinado que le tapa la cara por completo.
Chantal Michel asistió a la Escuela de Artes de Berna y la
Academia de Arte de Karlsruhe (Alemania). Su formación en el campo de la
escultura la llevó a reflexionar sobre el movimiento del cuerpo, su situación
en el espacio y la posibilidad de darle movilidad a un cuerpo inmóvil. De este
modo, se introdujo en el mundo de la fotografía y las performances.
La artista
vivió durante tres años en un castillo abandonado en Kiesen, Suiza, en el que
creó su propio museo personal: el público era invitado a ver sus obras, pero también a quedarse a cenar y formar parte activa en la experiencia.
“Cuando era pequeña, me hice una casa debajo de mi
escritorio. Me gustaba estar sola en mi pequeño mundo propio, y las cosas no han
cambiado mucho desde entonces. En el castillo de Kiesen también construí mi mundo propio. Cuando me mudé aquí, este sitio estaba vacío: no había
alfombras, ni lámparas. Limpié y pinté día y noche. Todo el tiempo que pasé
limpiando el castillo estaba desarrollando una relación con el espacio.
Entonces empecé a crear el arte que acompaña al espacio. Mi vida y mi arte
están unidas en este lugar; me gusta
llevar a la gente a un mundo encantado”.
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