Antes de enfrentarte a un mamotreto de más de 600 páginas
(dependerá de la edición), debes saber, lector, que la Ilíada no es un libro normal, ni tampoco la Odisea.
El peor error que se puede cometer antes de empezar a leerla es creer que es una novela en la que se cuenta la historia de la guerra de Troya. Nada más lejos de la realidad: ni se cuenta toda la guerra de Troya,ni sale el famoso caballo de madera, y ni siquiera fue escrita por Homero. La Ilíada es un poema, y tiene unas características muy especiales. Procede de una época muy diferente a la nuestra, en la que aún no existía la escritura. Era una composición oral: los poetas sabían la historia de
memoria, e iban por las diferentes ciudades recitándola (como los juglares
medievales). Por eso hay muchas cosas que resultan chocantes y hasta aburridas para el lector moderno, por ejemplo los larguísimos catálogos de personajes, pero que hay que entender como producto de esa condición oral.
Además, aunque la obra tiene una gran extensión (veinticuatro libros de aproximadamente 800 versos cada uno), se cuenta una pequeña parte de la guerra: el décimo y último año de la guerra. Se dice que el motor de la Ilíada es la cólera de Aquiles: Aquiles se negaba a luchar porque Agamenón le había quitado
a su esclava Briseida, y él exigía una retribución justa. Para animar a las tropas y asustar a los enemigos, el amigo de Aquiles,
Patroclo, le cogió su armadura, pero murió en la batalla. Aquiles, enloquecido por el dolor, mató a su asesino, Héctor, ató su
cadáver a un carro y lo arrastró alrededor de Troya. Finalmente permitió que se
devolviera el cadáver a los troyanos, para que le hicieran el debido homenaje.
No es una lectura fácil, pero merece la pena.
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