jueves, 30 de agosto de 2012

Cuando tenía 15 años no quería ser como Beckham, ni como Britney Spears, ni como nada que se le pareciese. Puestos a querer, quería ser como Ernest Hemingway. No por la idea de acabar encañonándome con una recortada, que nunca me resultó atractiva a pesar de toda aquella angustia adolescente, sino por su manera de escribir y su universo literario en el que los héroes no llevan capas de colores, solo zapatos gastados. Aún sigo admirando profundamente al autor de El viejo y el mar y Por quién doblan las campanas: aspiro a tener una ínfima parte de su talento para transmitir, pero de momento, aunque quiera ser como Ernesto, me conformo con ser Ángela.